El reencuentro
Los rasgos físicos Jacob Alejandro Ñancupil lo identifican como un descendiente de los pueblos originarios de América Latina.
De estatura pequeña, ojos rasgados y muy negros, labios carnosos y dentadura blanca, pelo negro y lacio, hablar bajo y pausado, andar lento y de pasos cortos, muestra la timidez de pertenecer a una comunidad mapuche, excluida por siglos de una sociedad que los redujo hasta casi el exterminio y les arrebató su tierra y cultura.
Jacob es uno de los siete hijos de un padre agricultor en la provincia de Río Negro en la ciudad argentina El Bolsón, quien temió del poder de la discriminación y no quiso transmitir a sus hijos su lengua y cultura para que no fueran negados en su entorno social.
Sin embargo la sociedad argentina le brindó a Jacob los oficios de ayudante de carpintería y albañilería, obrero en la instalación de agua y gas, que debió combinar con estudios nocturnos para concluir su formación académica preuniversitaria.
Un hermano habló de la oportunidad de estudiar medicina en Cuba y aunque su inclinación vocacional tendía hacia el arte y la literatura, se decidió por la beca cubana porque podría estudiar a tiempo completo, sin pagar matrícula, libros, alimentación y vestuario.
Al llegar a la Isla conoció otros jóvenes chilenos y argentinos pertenecientes a su etnia quienes le transmitieron los valores de un pueblo ancestral que se destaca por su valentía y el amor a la tierra como fuente de valor para la vida.
Así, en Cuba, Jacob asistió a la ceremonia del Wei Tri Panto para dar la bienvenida al año nuevo mapuche el 14 de junio, y junto a los ritos para agradecer a la Mapu (tierra) vistió por vez primera el atuendo de su pueblo, compartió la comida a base de cordero, bailó danzas producidas por los tambores cultrum y la flauta tutruca.
Sólo entonces, escribió a su padre: “En Cuba me formo como médico y me reencuentro con mi etnia”.
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Testigos - por Nuria Barbosa León
Nuria Barbosa León, periodista de Granma Internacional y Radio Habana Cuba
En la década de los 90, Cuba vive una crisis económica sin precedentes. En el año 1991 se desploma el campo socialista y la Islapierde el 80 por ciento de sus importaciones. El combustible alcanza, sólo, para ocho horas de electricidad al día, los alimentos escasean porque los campos pierden sus volúmenes con las maquinarias paradas, por falta de piezas de repuestos, y la desaparición de los fertilizantes químicos.
Con estos daños conocidos por el imperialismo, se recrudece más el bloqueo para acentuar la crisis. En la misma medida, se estimula la emigración como única salida ante el deterioro del modo de vida del cubano y una etapa que se hizo llamar Período Especial. El imperio buscaba una excusa rápida para desestabilizar al país e intervenir militarmente
En el año 1994, la imagen de los balceros desnutridos en medio del mar, pidiendo socorro, recorre el mundo en una gran campaña mediática. La opinión pública se manipula para hacer creer la inviabilidad del socialismo como alternativa necesaria ante el consumismo brutal de un capitalismo irracional.
El quinto día de agosto, la Habana resulta un hervidero. Las emisoras extranjeras radicadas en La Florida exaltan a las masas para un conflicto dentro de la Mayor de las Antillas. Muchas personas se concentran en las calles céntricas donde se encuentran los principales comercios de la capital, el furor provoca un lanzamiento de piedras hacia las vidrieras.
Alrededor de las cinco de la tarde, hubo una gran confusión, los obreros de la construcción con el pulóver identificativo del Contingente Blas Roca llegan en camiones y se desplazan en columnas por la avenida Malecón y la calle Galeano.
Pero un gran tumulto de personas corre en varias direcciones, una frase se regó en la multitud: “Llegó Fidel” y todos van hacia el Paseo del Prado.
El pueblo ve a su líder, -con unas pocas escoltas a su alrededor en medio de la muchedumbre-, caminando rumbo al Malecón y a una pregunta de un periodista declara: “Me enteré que a los revolucionarios le están tirando piedras y vengo a buscar mi cuota”.
Ante tamaña valentía, la consigna: “¡Esta calle es de Fidel!” se corea enardecida. A partir de ahí, las personas tuvieron un solo sentido: caminar detrás del líder.
En un instante se definió la Revolución en la continuidad de su curso.
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